jueves, 12 de enero de 2012

Cuento: Isabel - María Angélica Tapia Pérez




















El cuento Isabel, de María Angélica Tapia Pérez (Chile) resultó finalista en el concurso de Cuentos Contra el acoso escolar, organizado por esta revista.







Isabel


¡India!! Me gritaban y salían corriendo.
“India”, y la palabra quedaba retumbándome en la cabeza, “India” y era como un dolor de guata y me daban ganas de arrancarme de un tirón las trenzas negras que mi mamá peinaba en las mañanas.
Ñuque dice ella que le diga, que hable con la lengua, que no olvide las voces de mis abuelos, de mis ñañas… pero a mi antes me daba vergüenza, me quedaba callada en la mesa cuando me hablaba de nuestra gente, cuando habían ceremonias yo siempre decía que tenía que estudiar, que tenía fiebre; la obligaba a tocarme la frente buscando una enfermedad que no era otra cosa que mi vergüenza… mi mamá, me miraba desde el umbral de la puerta con sus ojitos negros de pena y me decía “ la próxima vez estarás conmigo en el purrún” y me dejaba la ramita de Canelo encima de la cama.
Es que ella no sabía, ella no sabía que cada vez que la señorita Fresia nos pasaba la lista, volvía el dolor de guata. La señorita Fresia nos miraba por debajo de los lentes y nos pasaba asistencia, uno a uno, y a cada nombre más fuerte me latía el corazón. La voz aguda y cantora de la profesora iba apellido por apellido; “Quiroga, Ramírez, Reyes, Rupailaf… Rupailaf ¿Srta. Rupailaf?” Cuando decía mi nombre: Isabel Rupailaf, un estallido de risas sonaba en mi espalda y luego una voz conocida repetía burlona la frase de siempre “no se rían que si la india se pica nos incendia la escuela”. Marianita me miraba sonriendo, rodeada de sus amigas que no disimulaban sus risotadas.
Siempre era lo mismo, siempre. La misma broma repetida, las mismas risas repetidas. Aprendí a volverme sombra, a pasar desapercibida, lejos de ojos que juzgan. El recreo era más agradable en la biblioteca, lejos de los gritos, entre los libros me sentía protegida, aceptada.
Al sonar la campana, era la primera en tomar mi mochila, en salir de la sala, casi corría para traspasar la reja que me alejaba de la calle. El viento de la tarde es siempre un agrado, en aquel momento parecía un regalo, y me iba pensando en el libro que había elegido de la biblioteca y que leería en la tarde.
Pero ese día fue especial; abría la puerta de mi casa, y un aroma inconfundible llegó a mi nariz, que me condujo inmediatamente a la cocina. Mi ñaña está cocinando, la veo de espaldas mientras canta y amasa lo que creo son sopaipillas. Cuando mi ñaña me ve llegar, deja de cantar y pone a un lado la masa, se limpia las manos en el delantal y extiende los brazos. Corro hacia ella y la abrazo, hundo mi cara en su delantal, y sus brazos regordetes me hacen sentir pequeña, más pequeña, aún más pequeña. Murmura palabras que no entiendo, pero hacen que un calorcito extraño entre a mi pecho, que sube a mi garganta, que de pronto es el nudo más apretado, y que llega a mis mejillas, se me cae la pena por la cara como un río incontenible que había estado esperando para emerger.
Mi ñaña me habló, buscó las palabras para que yo entendiera, me susurró con ternura pero con entereza…“Petu mongenleiñ, petu mapuchengen” (todavía estamos vivos, todavía somos mapuche). Me habló de sentirnos orgullosos, acarició mis trenzas y me dijo que por mi sangre corría la sangre de mi gente, que eso me hacía fuerte, que no ensordeciera mis oídos a los Ül, que ella veía el dolor que cargaba en silencio, pero que lo peor que podía hacer era silenciar mi alma.
Mi ñaña preparó mate y me habló sobre su llegada a la ciudad, sobre lo que significó ser distinta, sobre su orgullo de ser mapuche. La escuche y la pena se diluyó en la medida en que veía como se iluminaba su rostro, en la medida en que descubría cuanto sabía, cuanto había por descubrir.

Esa noche me fui a acostar con una sensación extraña, y tuve un pewma, un sueño como dirían mi ñaña y mi ñuque, pero no lo recordé cuando desperté.
Sólo sé que desperté distinta. No dejé que mi ñuque me peinara, yo peiné mi pelo liso y negro. Decidí dejarlo suelto, brillaba con la luz de la amanecida. Caminé tranquila a la escuela y al llegar a la sala escuché risitas y cuchicheos probablemente por el cambio de mi peinado, pero no le presté atención. Esperaba ansiosa el momento de la lista.
Como era costumbre la voz cantora de la señorita Fresia, inició su lista de apellidos “Poblete, Quiroga, Ramírez, Reyes, Rupailaf” – Isabel Rupailaf presente – me apronté a responder. El estallido de risas fue mayor y Marianita se vio obligada a improvisar una nueva ironía:

-“¿La indiecita amaneció con la pluma pará?”
-No. Soy mapuche y mi nombre es Isabel- respondí firme.



El asombro recorrió los rostros de mis compañeras habituadas al silencio obediente de siempre. Desconcertadas miraron a Marianita esperando una segunda intervención:

-La mapuchita quiere que le llame por el nombre, -¿y si no quiero? ¿vas a quemar mi casa, la escuela? – me miró desafiante.
-Quiero respeto Mariana y si no eres capaz de dármelo, jamás quemaría nada, sólo significa que no eres capaz de ser respetuosa con otros y que tienes mucho por aprender.
La tensión aumentó, evidentemente cambié las reglas del juego, modifiqué el orden establecido, y Marianita intentaba desesperadamente retomar su lugar de poder. Se acercó a mí y me tiró el pelo. Sin soltarlo me gritaba:

-¡Por eso andas así con el pelo suelto, porque estás rebelde mapuchita!
Me dolió muchísimo y la empujé para zafarme de sus tirones y le dije:

-Si algo amerita ser quemado, son tus pelos teñidos Marianita, que es obviamente lo único que tienes en la cabeza.
Todos se rieron, Marianita me miraba furiosa desde el suelo. Para entonces la Señorita Fresia se había sacado los lentes e intentaba calmarnos con su voz aguda y temblorosa, se acercó a mí, me tomó con su brazo izquierdo y a Marianita la tomó con el brazo derecho y nos llevaron a ambas a dirección.

-¡Castigadas! - Nos cantó enojadas la Srta. Fresia.



Yo no escuché nada de lo que decía la directora, estábamos las dos de pie en su oficina con la cabeza gacha, escuchando la perorata eterna de la directora. Yo estaba muy concentrada pero no en lo que me decían, sino en disimular mi sonrisa, porque ese día entendí que yo podía defenderme, y se sentía mucho mejor que soportar las burlas, no importaba el dolor del tirón de pelo, ya no le tenía miedo.

Cuando volví a la sala la señorita Fresia nos miró severa y continúo hablando de geografía. Me senté, saqué mi cuaderno y comencé a trabajar. Poco a poco, se acercaron compañeras a preguntarme lo ocurrido en la oficina, a ofrecerme sus apuntes de lo que me había perdido, a preguntarme qué haría después de clases. Estaba realmente feliz.

La siguiente tarde invité a varias de mis compañeras a oír las historias de mi ñaña y a compartir un mate.

Hoy estoy muy orgullosa de mi apellido, si cada vez que lo escucho me parece más bello, como el viento en la tarde. El colegio dejó de ser una tortura, tengo mis amigas y Marianita, bueno, ella no es mi amiga, pero ya no me molesta, porque sabe que puedo y me voy a defender.
Todo ha cambiado mucho. Ahora mi ñuque está feliz porque la acompaño a las ceremonias, participo del purrún, si antes bajaba la cabeza con vergüenza, hoy mantengo mi frente arriba, sintiéndome realmente orgullosa. Y mi ñaña, mi ñaña me enseña la lengua para que no muera en los viejos, para que yo mantenga viva las voces de mis antepasados.

Yo soy Isabel Rupailaf y soy mapuche.


(c) María Angélica Tapia Pérez




Santiago de Chile




imagen: foto de la Muestra Mapuche Arte de los Pueblos del Sur, organizada por la Fundación Nicolás García Uriburu en el Museo José Hernández


3 comentarios:

  1. Es un hermoso cuento, debe ser difundido entre los niños y los padres que algo pueden aprender de él.

    Publiquen!! linda página y mis saludos

    ResponderEliminar
  2. Un cuento muy bello, emocionante y profundo que nos hace reflexionar sobre la diversidad de culturas del mundo para una convivencia en paz entre todos los pueblos.

    ResponderEliminar
  3. ¡gracias! por los comentarios!

    Araceli Otamendi

    ResponderEliminar

comentá esta nota